Hugo Pratt

Hugo Pratt es el novelista que dibujó sus historias soñando en contar todo mediante una línea y, a través de sus personajes, exploró el vasto universo del viaje físico y mental.

Con negros resaltados o sutiles acuarelas transformó a Corto Maltés, a Banshee, a Koinsky o a Shanghai Lil en los deseos de cada uno de nosotros, encaminados todos a diferentes islas del tesoro en un mundo un poco más libre de esquemas y fronteras, un lugar donde realmente vale la pena vivir y, si es posible, hacer los sueños realidad.

Hugo Pratt

Tratemos de narrar una especie de biografía de este veneciano, ciudadano del mundo, nacido en Rímini en 1927.
Los orígenes son ya un antecedente interesante para todo lo que seguirá. Un su abuelo, criado en Venecia, era de origen anglo-francés y una su abuela procedía de Turquía. ¿El otro abuelo? Un judío sefardí emigrado de España, poeta y podólogo de renombre en Venecia en ambos campos, un tipo verdaderamente especial.
De este abuelo callista y poeta recibe Pratt una gran herencia: el amor por la poesía.

“De la literatura lo que más me llega es la poesía, porque la poesía es sintética y procede por imágenes. Cuando leo, veo las imágenes, las percibo a flor de piel. Tras la poesía se esconde una profundidad que puedo sentir inmediatamente y, como en la poesía, el cómic es un mundo de imágenes, se ve uno obligado a combinar dos códigos y, en consecuencia, dos mundos. Un universo inmediato a través de la imagen y un mundo mediato a través de la palabra.”

Conversación con Hugo Pratt, Tándem de diciembre de 1989

En esta familia especial la abuela es una figura que juega un papel importante, pues era ella quien lo llevaba al cine, a ver películas de aventuras y luego, de vuelta a casa, le decía: «Hugo, ahora dibuja lo que has visto», y luego como recompensa había chocolate y galletas, junto con sus amigas y tías, otro heterogéneo universo femenino.
La madre, Evelina, sentía pasión por las cartas, en particular las del Tarot, con las que leía el futuro a sus amigas y a los clientes, que no eran pocos, por lo que esto acabó convirtiéndose en una especie de ocupación.
Pero no intervinieron solo las cartas y el cine en la educación de Hugo; también lo hizo la ópera, y tanto que a los siete años una tía actriz de teatro lo llevó a La Fenice a escuchar y ver El anillo de los Nibelungos de Wagner, haciéndole descubrir el mundo de los dioses germánicos, mientras que al mismo tiempo le contaba los mitos judíos y la Cábala.
Las cartas, el Tarot, el cine, la ópera, los corrillos de mujeres, el mundo fantástico y mitológico, el entorno líquido y cambiante de Venecia están muy presentes en toda la obra de Hugo Pratt.
Imaginaos qué sucede si a ese mismo niño, con 10 años, se le envía a África, donde su padre es oficial del ejército colonial italiano en Abisinia, hoy Etiopía.

De 1937 a 1943, en plena adolescencia, Hugo Pratt descubre África, el fascismo, la guerra, los uniformes de muchos ejércitos, las primeras chicas, fueran blancas y de su edad o esbeltas mujeres somalíes y etíopes; entabla amistad con los soldados británicos y las tropas locales, descubre el desierto, el silencio, el aullido de las hienas, los primeros amores, y pierde a su padre. El cual, a punto de ser detenido por los soldados británicos, que lo conducirán a la prisión de la que no volverá, tiene un último gesto para con su hijo: pide a los militares británicos volver a casa, toma un libro y se lo da a su hijo. Es La isla del tesoro de Stevenson. Bastan unas palabras: «Verás que un día también tú encontrarás tu isla del tesoro».
Una vez de vuelta en Venecia, terminada ya la guerra, ¿qué podía acaecerle al chico Hugo Pratt, apasionado por el dibujo y con una experiencia cargada de imágenes e historias que contar?
Fundar con un grupo de amigos una revista que rezumara la gran pasión por los grandes dibujantes de cómics americanos, entre todos Milton Caniff; así sucedió, de hecho, y nació As de Picas, llamado así por el misterioso vengador con mallas amarillas, pero, además de escribir historias, de vivir en los tejados de Venecia, de dibujar, reír, beber y tocar con los amigos al ritmo de las nuevas músicas americanas de la postguerra, ¿qué le faltaba a un tipo así?
Exactamente: viajar.

Sin ningún problema, a los 22 años, junto con los amigos del «Grupo de Venecia», Pratt parte para Argentina.
Es la época de las fiestas, de los asados en barbacoa al borde de la piscina, el rugby, el tango, el billar, de los amores juveniles, de los hijos Lucas y Marina, pero sobre todo de un encuentro profesional, el de Héctor Oesterheld, un escritor socialmente comprometido, un gran guionista argentino. Son los años de Sgt. Kirk, el renegado que se hace amigo de los indios, y de Ernie Pike, el reportero de guerra, y de Ticonderoga, la gran historia sobre los indios de América.
En ese momento aquel joven llegado de Venecia, que desde niño dibujaba indios y jugaba cerca de casa en el Campo San Giovanni e Paolo disparando flechas a los amigos vestidos de vaqueros, escribe una historia enteramente suya y la llama Wheeling, un poema sobre el mundo de la frontera de Norteamérica, en la que se desliza él mismo adoptando en algunas viñetas la cara del renegado Simon Girty, simplemente para subrayar mejor la pasión por las historias y el mundo de los indios.
Pero en esa época está también el jazz, la amistad con Dizzy Gillespie y el conocimiento de la gran literatura latinoamericana de Borges a Lugones, Arlt y Dos Passos, a quien conoció en uno de sus viajes a Brasil, y otros viajes a la Patagonia, a Chile, al Caribe, a Guatemala.

En 1963, la crisis económica paraliza a Argentina y Pratt debe regresar a Italia (volverá varias veces a Argentina en los años 60 y tendrá otros dos hijos, Silvina y Jonás). Encuentra trabajo para las publicaciones de series, los mitos ilustrados del Corriere dei Piccoli  («Correo de los peques»), y llega la frustración, la falta de una perspectiva libre y los espacios infinitos de Argentina, pero luego, el punto de inflexión: otro encuentro importante, el de Florenzo Ivaldi, el empresario genovés que da carta blanca a la imaginación y la pluma de Hugo Pratt. Nace la revista Sgt. Kirk y surge el momento clave de la obra de Hugo Pratt, la creación en 1967 del personaje que lo haría famoso: Corto Maltés

Cuando a un dibujante como Hugo Pratt, que vivió la vida de película que hemos visto, con las experiencias que ha acumulado, se le deja, a los cuarenta, la libertad de crear lo que quiera sin pensar en contratos, sin planes y estrategias editoriales, pues bien, en caso tal, surge una obra maestra: La balada del mar salado, el cómic que se gana por primera vez en la historia del tebeo la apelación de «literatura dibujada», y aquel marinero se convierte en un personaje de culto no solo para los amantes del mar, palmeras y piratas, sino para todos aquellos que aman la libertad.

Y con Corto comienza la fama, el traslado a París, la revista Pif, y Corto que se convierte en un héroe de serie en la revista que vende millones de ejemplares, y las historias de Corto Maltés en 25 años alcanzan la cifra de 29 y llevan al marinero prácticamente por todo el mundo, por mares, desiertos, estepas y junglas, y su creador no se queda atrás, desde África a Canadá, de Apia a la isla de Pascua, por mencionar solo los principales puntos cardinales. Y no solo hay Corto en esos años, están también Los Escorpiones del desierto y Jesuita Joe, por mencionar solo sur y norte, y luego está Saint-Exupéry, que vuela por última vez en los cielos, y Mu, la última historia de Corto, la que hace volar el universo fantástico de Hugo Pratt hasta el magnífico no-lugar de un continente desaparecido. Al igual que su autor, que desapareció en 1995 en Suiza, donde había elegido vivir desde 1984.
Pero Pratt no ha desaparecido nunca, pues sigue alimentando sueños e historias: basta con contemplar sus acuarelas en los museos más importantes del mundo, basta con leer una de las primeras historias para comprender mejor las últimas, basta con entrever los trazos negros de las enérgicas pinceladas de tinta china para percibir poesía, o continuar viaje a lo largo de una de las improbables rutas de Corto. No estará Hugo Pratt en aquellas islas, pero habrá un pedacito del tesoro que quiso diseminar entre sus signos, los sueños y las nubes.

Marco Steiner